Una nueva chance

El International Booker Prize es un galardón literario relativamente joven que ha ido ganando tracción en el mundo editorial con cada nueva entrega hasta posicionarse como uno de los principales honores que puede recibir cualquier autor de habla no inglesa. Y aunque Iberoamérica suele colar siempre algún representante en la lista de finalistas, como Samanta Schweblin con “Distancia de Rescate” en 2017 o nuestro Juan Gabriel Vásquez con “La Forma de las Ruinas” en 2019, lo cierto es que seguimos siendo la última gran geografía literaria que falta por ganarlo. Ya se lo llevaron Albania, Nigeria, Hungría, Israel, Polonia, Omán, Holanda, Francia y, más recientemente, la India. 

Una oportunidad para Shakespeare

Que las muertes de William Shakespeare y Miguel de Cervantes coincidan el 23 de abril es, a mi juicio, uno de los más grandes (y así también inexplorados) enigmas temporales de la humanidad. Más allá de una mera coincidencia cósmica, creo que este acontecimiento es la evidencia inapelable de que el destino del planeta es dirigido por inconmensurables fuerzas literarias que escapan a la comprensión de nosotros, los meros mortales. Por ello, no pude ser más feliz cuando mi novia aceptó conmemorar el “Shakespeare Day” inglés con un tour ilustrativo del legado de este famoso, y a la vez poco leído, autor por la rivera del Támesis, a falta de jurisdicción y competencia territorial para celebrar el “Día del Libro” español.

Lo que nadie se pregunta

Son muchas las voces que se han levantado en los últimos meses para opinar sobre el uso de la inteligencia artificial en la administración de justicia. La mayoría de ellas, particularmente las de los directamente afectados, están preocupadas por los empleos que desaparecían con su aterrizaje disruptivo, mientras a otras cuantas lo que las desvela es si la capacidad de juzgar los méritos de un caso es un acto susceptible de ser codificado en algoritmos o si, por el contrario, es una facultad reservada a los humanos. Aunque respetable, es posible que ambas corrientes estén perdiendo el foco de lo realmente importante, del campo de batalla donde se definirá el futuro de nuestra Ley.

Rompiendo una lanza

Desde siempre he intentado romper una lanza a favor de Haruki Murakami. He querido rehuir de la broma fácil que hace algunos años lo consagraba como el Leonardo DiCaprio de la literatura (antes de que Leo se peleara con aquel oso digital y por fin le dieran su Oscar, por supuesto) y me he esforzado en juzgarlo con justicia, esto es, por los méritos propios de sus letras. Por ello, cuando cayó entre mis manos el primer tomo de “La Muerte del Comendador”, su más reciente novela antes del lanzamiento este mes de The City and Its Uncertain Walls en Japón, decidí abordarlo libre de prejuicios, como si fuera la primera vez. Al final de sus 500 páginas, que se esfumaron en cuestión de días, he vuelto convencido de que, a pesar de sus cíclicos clichés, pocos autores contemporáneos han conseguido, como él, forjar un estilo tan suyo en su obra.

De “Braunis”, “Joles” y “Balés”

La polémica lingüística de esta semana en España viene patrocinada por el IX Congreso Internacional de la Lengua Española, cuya celebración acaba de concluir con éxito en Cádiz, y en el cual, durante la presentación de la nueva edición del Diccionario Panhispánico de Dudas, se ha propuesto la admisión de ciertas grafías, en un primer momento bastante chocantes, que buscan castellanizar algunos extranjerismos de uso frecuente en nuestra cotidianidad. Así, por ejemplo, en lugar de pasar al hall se nos sugiere usar “jol”, en lugar de brownies tenemos la opción de comer “braunis” y en lugar de llevar a los niños al ballet podemos asistir juntos al “balé”. El debate está servido.

Una idea niveladora

A finales de septiembre del año pasado se lanzó al mercado “Flores Tardías”, la más reciente novela de Mo Yan, autor chino ganador del Premio Nobel de Literatura 2012, y la primera que escribiera tras hacerse con el prestigioso galardón. Un acontecimiento narrativo de nulo eco en Colombia, pues mientras en cualquier librería de España este libro puede comprarse por €22,90 ($117.000, aprox.), en nuestro país hace falta importarlo desde Europa, lo que dispara su precio por encima de los $150.000. En una economía con una capacidad adquisitiva considerablemente menor a la española, situaciones como estas nos condenan irremediablemente al rezago cultural y científico.

La brecha asimétrica

Siempre es un placer volver a la librería Strand, aquel paraíso lector en la esquina de Broadway con la Calle 12 Este de Nueva York.

La tilde de la discordia

El año 2010 fue profundamente paradójico para el pueblo español pues, por un lado, alcanzó el culmen de su unión como nación con aquel gol de Iniesta que les dio la Copa del Mundo en Sudáfrica y borró de un pelotazo sus centenarias divisiones separatistas, pero, por el otro, será recordado para siempre como el año en que la Real Academia Española abrió un abismo insalvable entre dos sectores de la sociedad con su veredicto sobre la tilde diacrítica. Un foco de polarización cultural como no se había visto desde el eterno cisma entre quienes prefieren la tortilla de patata con cebolla y los que no (yo soy de los primeros).

Disrupción literaria en acción

Hace ya casi una década, durante un viaje mochilero por la Costa Este de los Estados Unidos, tuve la osadía de colarme sin invitación en el despacho del profesor Duncan Kennedy en la Universidad de Harvard, una de las cabezas más visibles de los aclamados Critical Legal Studies. Esta revolucionaria escuela de pensamiento jurídico que surgió en las facultades norteamericanas hacia los años 70 sacudió los cimientos de la filosofía del derecho, hasta entonces de una estricta rigidez interpretativa y una clara influencia europea, propugnando una visión mucho más realista y menos romántica sobre la idealizada imparcialidad de la justicia. Una polémica propuesta ideológica que se resumía en que, esencialmente, daba igual lo que estuviera escrito en la Ley, pues en últimas los jueces terminarían fallando guiados por lo que hubiesen comido en el desayuno.

¿Alguien quiere pensar en Mahfuz?

Casi cuatro décadas antes de que en 2021 el profesor Abdulrazak Gurnah ganara el Nobel de Literatura, y le recordara así al mundo que en África también podían gestarse grandes historias dignas de la inmortalidad universal, un pionero descendiente de faraones se alzaba con aquel mismo galardón en los cuarteles generales de la Academia Sueca en Estocolmo, consolidando a las, por entonces exóticas, letras emergentes del Sáhara. Toda una revolución cultural que abriría la senda para las voces que vendrían después, incluyendo la del propio Gurnah. Ese hombre fue Naguib Mahfuz y hoy, tristemente, su legado se nos va entre los dedos, como las arenas de su Cairo natal.