La espiral del silencio

Guillermo Pérez Flórez

Elisabeth Noelle-Neumann postuló hace unos años que la opinión pública es el resultado de la interacción entre los individuos y su entorno social.
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Que una persona puede renunciar a su propio juicio e incluso dudar de su capacidad de discernimiento, por temor a ser aislado y castigado, y que esto forma parte de todos los procesos de opinión pública. Ante el miedo al castigo, por no saber adaptarse, muchos se dejan arrastrar por la supuesta corriente mayoritaria. Al sentirse en minoría prefieren no expresar sus opiniones, y más si piensan que hacerlo puede acarrear repercusiones.

Se produce lo que ella denominó ‘la espiral del silencio’. Solo unos pocos expresan en público lo que muchos piensan o dicen en privado. Las sociedades se vuelven hipócritas y cobardes. Existen situaciones extremas que inducen al silencio absoluto, como la ley de la omertá, un código de la mafia siciliana que podría sintetizarse en la frase: “el que hable se muere”. Ahora bien, hay diferentes formas de morir. Por ejemplo, en un pueblo sin oportunidades, quedarse sin empleo o no poder contratar con el Estado. O para un medio de comunicación perder la pauta publicitaria. O para un urbanizador que le nieguen una licencia o un permiso, y así sucesivamente. Entonces, el miedo y el silencio se hacen virales. En la Alemania nazi nadie se atrevió a contradecir a Hitler porque Goebbels, ministro para la Ilustración Pública y Propaganda, dirigió una campaña mediática orientada a imponer ‘verdades’ y generar miedo: la supuesta superioridad de la ‘raza aria’ y la presunta amenaza que significaban los judíos para el pueblo alemán. Oponerse al régimen era ir contra Alemania. Se generó así una espiral del silencio, el poder se quedó sin frenos, que es una de las consecuencias cuando éste deviene en absoluto, y sobrevino la tragedia. El alemán, por supuesto, es un caso extremo, pero la vida cotidiana en los pueblos está llena de situaciones que se le parecen.

Hace algunos días asumí una posición crítica frente a un hecho que denominé el regreso de la infamia. No miento ni exagero si les digo que recibí decenas de mensajes privados y de llamadas, casi todas de aprobación (un 95 %). Sin embargo, solo unos pocos se manifestaron públicamente. Esta situación me preocupó porque es un pésimo indicador. Dice Harari que: “Nada puede ser más nocivo para una sociedad que el silencio. Muchos de los mayores crímenes de la historia tuvieron su origen, más que en el odio, en la indiferencia. Sus responsables fueron personas que podrían haber hecho algo, pero no se molestaron en levantar un dedo. La indiferencia mata”.  En una sociedad democrática nadie debería sentir miedo a expresarse, a criticar el poder ni a cuestionarlo ni a pedirle cuentas. Esa es una de las grandes diferencias entre los regímenes autocráticos y las democracias maduras.

El tristemente célebre Pablo Escobar tenía un código de disuasión: “plata o plomo”. Y así quisieron él y sus cómplices arrodillar a Colombia. Terminó muerto en un tejado, pero dejó una herencia nefasta, el juego perverso de la cooptación y la intimidación. Estas cosas vienen a mi mente siempre que observo gente buena que por miedo, por simple conveniencia, o sencillamente para no incomodar al ‘Príncipe’, prefiere callar, y dejar que pasen cosas, no importa qué tan graves sean, ni qué tanto daño causan. Estos son algunos de los peligros de las espirales del silencio

 

GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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