Los retos del proceso de paz

El presidente Santos acaba de efectuar el acto político más audaz de su gobierno, y quizás de su vida. Explorar un diálogo con las FARC significa romper conceptualmente (al menos en materia de orden público) con Uribe, tomar vuelo propio, sin tutores. Es una apuesta muy arriesgada que si sale mal (y puede salir mal) daría al traste con su relección.

El presidente Santos acaba de efectuar el acto político más audaz de su gobierno, y quizás de su vida. Explorar un diálogo con las FARC significa romper conceptualmente (al menos en materia de orden público) con Uribe, tomar vuelo propio, sin tutores. Es una apuesta muy arriesgada que si sale mal (y puede salir mal) daría al traste con su relección. Dos años es poco tiempo para sacar adelante un proceso de paz de una guerra de medio siglo. Además, Uribe y sus parciales ya están en campaña electoral haciéndole una oposición sin cuartel.

Pero dejemos la política y centrémonos en el asunto que realmente interesa: la paz de Colombia. Lo primero será conseguir que las FARC decreten un cese al fuego unilateral, seguramente estas tendrán interés en que sea bilateral pero este paso sería muy difícil de dar para el gobierno, pues podría ser interpretado por algunos sectores como una especie de debilidad o entrega que sólo serviría para que la guerrilla se oxigenara. Luego, por difícil que parezca, las FARC deberían poner su cuota inicial en este proceso y decretar un cese de hostilidades o de operaciones ofensivas. Esto sí le daría cartas a Santos y le permitiría mantener intacto el orgullo militar de las FFAA. Sería la aceptación tácita de la superioridad militar, lo cual, además, se corresponde con la realidad. Aprovecho para insistir en algo que vengo diciendo, los militares ya cumplieron, han conseguido lo máximo que podía conseguirse con las armas, la tarea que resta por hacer es política y social, y ello le corresponde a los civiles.

Una de las experiencias que dejó el Caguán es que el país no resiste una negociación en medio del conflicto. Dialogar mientras subsistan acciones militares, o de corte terrorista por parte de la guerrilla, produciría un desprestigio del proceso que sería aprovechado electoralmente por los enemigos de la solución negociada. Unas cuantas semanas serían suficientes para que todo acabara en una tormenta perfecta. Un escenario terrible que no sólo haría mal al gobierno sino que nos condenaría a continuar con una guerra eterna. Hay que conseguir un cese al fuego para que se pueda avanzar en la negociación, esto es lo primero, desde mi punto de vista. El Gobierno tendría mayor capacidad de maniobra política. Aquí es donde cobra importancia la ayuda de terceros países, particularmente de Ecuador y Venezuela, pues habrá que encontrar una fórmula para que las FARC no adelanten acciones con el pretexto de que se están defendiendo. Por descabellado que parezca debería pensarse en establecer zonas de concentración en las fronteras o en territorio venezolano o ecuatoriano. 

Ni negociación en medio del conflicto ni zonas desmilitarizadas. Estas son las líneas rojas que Santos, a mi juicio, no debería traspasar. No al menos iniciando el proceso, el cual puede tardar años. Quién piense que esto se puede sacar en un año o dos, mejor que se desencante de una vez. El otro desafío que existe es cómo garantizar la presencia de la sociedad civil sin romper la confidencialidad ni volver el proceso de paz un árbol de navidad al cual se le cuelgan todas las peticiones del mundo. El país tampoco resistiría una negociación ante las cámaras de televisión. Hay que evitar que el proceso se vuelva una “reality show”, con decenas de espontáneos y lagartos en trance de figuración mediática, y evitar también que los medios hagan del mismo su agosto para aumentar los índices de sintonía o vender más pauta publicitaria.

Estos aspectos deben alcanzarse en una primera fase, de lo contario la paz arranca coja y los partidarios de la guerra acaban con cualquier posibilidad, en menos de lo que canta un gallo.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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