Es pregunta de difícil respuesta en razón de la antigüedad de tal “enfermedad” y lo enquistada que se encuentra en el alma del país, al punto que a diario el ciudadano se da “de manos a boca” con ella, no importa el ámbito en el que se desempeñe.
Como lo percibe usted si es peatón: sufre la agresión del conductor de vehículos que desconoce su derecho de locomoción violando semáforos o irrespetando el orden de prioridad establecido en las normas de circulación, pero si usted es quien conduce un automotor igual trato recibe de los otros conductores y del “de a pie” que atraviesa la vía por donde le place, igual a como transgrede la luz roja de pare y el uso de las franjas de cruce o los puentes peatonales.
Y otro tanto ocurre cuando usted comparece ante cualquier autoridad o demanda un servicio o una información en la calle porque resulta excepcional recibir una amable respuesta o una comedida atención; o cuando se hace una fila, o se está en un supermercado, una droguería o una tienda de barrio: todos quieren adelantarse no importa el orden de llegada, ni la prelación que merecen los niños, los minusválidos o los ancianos.
Al efecto y para desentrañar tan dificultosa etiología vale recordar las enseñanzas de Hipócrates a los médicos de su época sobre como hallar el origen de la enfermedades, sugiriendo que se comenzara por preguntar ¿qué le pasa? y ¿desde cuándo?, para finalizar inquiriendo ¿a qué lo atribuye?
Así que, resueltos como están las dos primeros interrogantes, pasamos al último de ellos, para decirmos: ¿a qué atribuirlo?, no encontrando respuesta distinta a sindicar a la educación que se viene impartiendo entre nosotros, como la directa responsable de tal circunstancia, en tanto que no morigera ni corrige, sino que reproduce y mantiene los comportamientos tradicionales, posiblemente porque están tan fuertemente enraizados en la cultura, al punto que los propios “educadores” los juzgan adecuados y plausibles.
Circunstancia preocupante, que nos lleva a rememorar el discurso de la reconocida pedagoga italiana María Montessori en el Congreso Europeo para la Paz en Bruselas en septiembre de 1936, cuando apenas concluía la Segunda Guerra Mundial , en cuanto aseveraba de manera contundente que “la construcción de la paz es trabajo de la educación”.
Como lo he podido comprobar al habitar frente a una de las sedes de un colegio de clase media local, paradójicamente bautizado con el tautológíco nombre de Británico Inglés- el pueblo que más respeto experimenta por el derecho ajeno-, que juzgo no constituye la excepción en tan anómalo comportamiento.
Allí las actividades se realizan acompañadas de música e intervenciones verbales de sus docentes amplificadas a intenso volumen, casi insoportable, igual a como lo hacen las iglesias de todos los credos, los vendedores ambulantes, los anunciadores, los bares y cantinas y muchos más, sin reparar en el daño que esto pueda causar en la salud y vida de los moradores vecinos y hasta en las inmediaciones de clínicas y hospitales; e igualmente los padres y acudientes estacionan sus carros y motos, durante las actividades que programan o al dejar y recoger a sus retoños, en mitad de la vía, dificultando o imposibilitando el acceso a las viviendas aledañas, con total irrespeto por el derecho ajeno y con absoluto desprecio por el semejante.
Ante esto, ¿cuál cree usted que irá a ser el comportamiento de las generaciones que advienen? Obviamente de desprecio al semejante, traducible en agresión y violencia, como las que cotidianamente se viven en esta patria inmortal y se seguirán viviendo mientras tal estado de cosas no cambie.
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