Una nueva ola de sangre es evitable

Guillermo Pérez Flórez

No se necesita ser profeta para saber qué sigue tras la ruptura de la tregua unilateral de las Farc: lo mismo que hemos vivido durante años. La guerrilla no está en condiciones de encarar combates con las fuerzas del Estado, en consecuencia hará lo único que puede y sabe hacer: atentar contra la infraestructura económica, dinamitará oleoductos, torres de energía, incendiará camiones y carro-tanques, matará a cuanto soldado y policía pueda a punta de cilindros bomba y emboscadas, e intentará golpear en donde puede dolerle al Gobierno, en la economía, ahora que comienzan las vacas flacas.

Es previsible también una arremetida bélica, que el Estado arrecie sus bombardeos, y que tengamos nuevos campesinos desplazados, en suma: una nueva ola de sangre y lágrimas.

Fue ingenuo pensar que se podía negociar en La Habana como si no hubiera conflicto en Colombia, y seguir el conflicto como si no hubiera negociación. El esquema fue válido mientras las negociaciones se mantuvieron en confidencialidad, pero una vez que se hicieron públicas el proceso había que ajustarlo a esa nueva realidad, como tenía que ajustarse luego de que las Farc decretara un cese al fuego unilateral.

A partir de ahora todo favorecerá a las dinámicas bélicas, es decir, a la confrontación militar. Todas son buenas noticias para los amigos de la guerra. El ‘partido’ volvió a empezar y va 11-31, (11 muertos del Ejército y 31 de las Farc), es decir, sigue perdiendo Colombia. Pero cada acción que perpetre la guerrilla será un disparo al corazón de la paz, la negociación perderá amigos y se incrementarán el odio y el deseo de venganza.

El Gobierno y la guerrilla se han quedado sin margen de maniobra política, las condiciones son favorables para los ‘duros’, para los ‘halcones’, no para las ‘palomas’. Si Santos le baja a la confrontación será acusado de blandengue, si las Farc lo hacen les dirán que están vencidas y deben rendirse. Supongo que tendrán incluso presiones de algunos de sus frentes para que muchos de quienes hoy están en la isla regresen al país a ponerse al frente de la guerra. Lo cual sería inútil y torpe. No cambiaría nada.

Se impone una mediación, y, vuelvo a insistir en algo que dije hace un par de semanas, ese mediador es la Iglesia, que es el único actor que puede sembrar confianza, reconciliación y perdón. A los colombianos no se nos puede condenar a un conflicto perpetuo, tenemos derecho a la paz.

La Iglesia puede hacer un acompañamiento espiritual del proceso y una mediación humanitaria.

Las condiciones externas favorecen la negociación, pero eso puede cambiar en un lapso relativamente corto. Se corre el riesgo de que la ventana de la paz se cierre definitivamente, o al menos por un tiempo muy largo. Es necesario actuar rápido, con discreción, con entrega, con grandeza, hay que tratar de salvar la esperanza antes de que se marchite. Necesitamos que el papa Francisco nos escuche e interceda para que se guarden las hachas de guerra. Una nueva escalada bélica es evitable, aún estamos a tiempo. Podemos hacer algo más que orar.

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