Para perder ganando

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No son raras las circunstancias en que el hombre es llevado a pensar más con sus deseos que con su razón. Cuando esto ocurre, la primera facultad en afectarse es la memoria, y de allí en adelante viene Troya. Ante los pasados resultados electorales, terminé pensando con el deseo. Asumí la defensa del voto en blanco como alternativa prioritaria para los electores en la segunda vuelta, aunque reconociendo la posibilidad de un acuerdo mínimo con el candidato Juan Manuel Santos, solo con el ánimo de cerrar toda opción a la extrema derecha encarnada en Óscar Iván Zuluaga.

Por fortuna, tal distorsión me resultó efímera, y pronto recuperé la consciencia de que para la segunda vuelta presidencial el voto en blanco no hace repetir las elecciones, por más que supere la sumatoria de los votos alcanzados por los dos candidatos en pugna. Rehacer mi opinión se me convirtió en un deber, y así lo hice, pero con tan mala suerte que el diablillo travieso de las rotativas no dejó que saliera impreso el comentario que la razón me dictó, sino el que escribí bajo el impulso de mi más honesto deseo.

Por eso se hace necesario insistir en la rectificación, y rectifico con la esperanza de ganar la comprensión de los lectores. Esta segunda vuelta no admite ninguna indecisión. O votamos por la esperanza de paz que Santos nos ha vendido, o votamos por la certeza de la continuidad de la guerra que nos asegura Óscar Iván Zuluaga, pese a su comportamiento ambiguo de los últimos días.

Pero no se crea que la propuesta implica endosar gratuitamente los votos de la izquierda y los sectores democráticos o exigir a cambio que se nos tenga en cuenta en la repartición de mermelada. Implica comprender lo necesitado que Santos está de nuestros votos y la posibilidad que tenemos de lograr a cambio el cese bilateral de fuegos para evitar que siga el desangre de nuestro pueblo, o el compromiso de una Asamblea Nacional Constituyente para refrendar los acuerdos de La Habana y reforzarlos con nuevos puntos, o el compromiso de una reforma concertada al régimen de salud para superar las limitaciones de la Ley 100, o que se detenga la locomotora minera y se dé un aire a nuestro ecosistema antes de que entre en mayor crisis.

Un acuerdo de esta naturaleza no nos convertiría en miembros de la Unidad Nacional ni nos obligaría a declinar nuestras banderas de oposición. Simplemente nos permitiría acostarnos el 7 de agosto con la esperanza de que al otro día no tengamos que entrar en clandestinidad para poder seguir ejerciendo esa oposición.

Credito
RODRIGO LÓPEZ OVIEDO

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